¿Cuántas veces tratamos de ayudar o aconsejar a alguien?
Difícilmente resistimos la tentación de decirle lo que debería hacer o cómo debería actuar. Y lo hacemos con nuestra mejor intención.
Cuando alguien nos explica un problema, no conviene decirle lo que debería hacer. Si de verdad queremos ayudarle, es mejor acompañarle y apoyarle a que encuentre por sí mismo una solución buena para él.
Que le abramos, a través de preguntas, el camino hacia la búsqueda personal de alternativas.
"Dale pescado a un hombre, y comerá un día. Enséñale a pescar y comerá todos los días!"
Dar consejos, es una forma rápida de ayudar a resolver las cosas. Sin embargo, como ayuda no es muy eficaz. Y muchas veces enriquece inconscientemente nuestro ego ("porque a mi me ha pasado, porque yo he sentido....") en vez de centrarse en escuchar al que acude a nosotros en busca de ayuda.
En primer lugar, las soluciones que son buenas para mí, no lo son necesariamente para los demás.
En segundo lugar porque, a base de proporcionar nosotros la solución a los demás, no dejamos que estos aprendan a resolver sus conflictos por sí solos y la próxima vez que tengan un problema acudirán de nuevo a nosotros en busca de una nueva solución.
Y en tercer lugar, porque cada nuevo consejo que damos es una nueva responsabilidad que sumamos a las nuestras propias, que son las únicas que queremos y debemos tener.
La solución pasa por acompañar, hacer las preguntas adecuadas para lograr que el otro encuentre su propia solución. Es un proceso más lento, especialmente para esta sociedad tan impaciente pero al fin y al cabo es mucho más eficaz.
Se trata de hacer que la otra persona tome conciencia de su "aquí y ahora", se auto explore, se cuestione, decida sus objetivos y planifique la forma de llegar a ellos desde su propia responsabilidad.